Con ellos vendrá el frío, la lluvia, las interminables noches en vela en el campamento.
De nuevo bajo estas telas; el Viento me trae aromas largo tiempo ha olvidados. Viejas preguntas vuelven a mi mente en esta noche oscura. ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué es todo esto?
Las estrellas parece que se olvidaran de decirme algo.
Entro en la tienda, el frío de la noche de este lugar pegado a mis huesos bajo las pieles. A mi lado, cuatro compañeros padecen la misma suerte: sumergidos en los profundos abismos de sus mentes, sin nadie a quien con arle un secreto salvo a su propia espada. Las miradas perdidas, mirando a todas partes y a la vez a ninguna, escudriñando no más horizonte que donde alcanza la tienda.
Busco con la mirada a mis compañeros, pero al verlos comprendo que no están aquí. Ninguno está aquí. Somos muchos, pero estamos solos.
Salgo de la tienda. Ante mí, praderas que antaño fueron verdes y cuyo color no alcanzo a definir me muestran su inmensidad ante la impotente pequeñez de quien las observa.
Nos enviaron aquí a detener a un ejército, pero no hay nada que detener. Llevamos cuatro días en este lugar, en lo alto de la mayor colina en muchos kilómetros, intentando distinguir la furiosa amenaza que se cierne sobre nosotros.
Imágenes sombrías cruzan mi mente. He combatido durante años. He visto caer a hombres desmembrados en la puerta de sus casas, y volver a levantarse, con los ojos brillantes y la furia de cien huracanes. He visto a niños de pecho caer de los brazos inertes de sus madres empaladas por una espada. He visto a jóvenes que apenas sabían sujetar una azada contemplar cómo sus vidas se apagaban ocultas tras una pesada armadura. He visto a ancianos recorrer los campos de batalla con la mirada perdida, a muchachas hurgando entre los yelmos en busca de un hálito de vida que les devolviera a esa persona, y les he oído proferir gritos que no alcanzaba a imaginar en mis más lúgubres pesadillas.
Sin embargo, esta soledad aplasta las peores expectativas. El frío extenúa los músculos y la niebla agota y consume la trémula luz que desprenden las hogueras. Parece como si toda ella fuese un solo ser, una presencia terrible y vagabunda sin más objetivo que sofocar todo el calor de la Tierra.
De nuevo sopla el viento, la niebla se disipa de forma apenas perceptible, mientras allá a lo lejos distingo entornando los ojos a una silueta. No es uno de mis compañeros, demasiado esbelta.
Parece... una mujer. Está sola, en medio de la niebla.
No es bella. No puede serlo, porque no tiene cara, pero siento cómo sus ojos me escudriñan. ¿Ojos? No puede ser una mujer: yace suspendida en el aire, apenas una forma que se vislumbra entre la ahora más tenue niebla.
De pronto la pierdo de vista; su gura se vuelve uno con la bruma, dejando tras de sí el sonido más dulce que jamás pudiera haber escuchado.
Echo a correr en dirección hacia la sombra, buscando el origen de aquel sonido, que no parece nacer de ningún sitio pero a la vez me invade desde todos los ángulos. Repentinamente comienzo a notar el calor de mil hogueras crepitar dentro de mi pecho; hace frío, pero aun así el cuerpo me arde.
En el lugar donde ella se alzaba majestuosa ya no queda nada, tan solo... el viento. El viento trae consigo el aroma del acero. Hinco una rodilla en el suelo, mi dulce Claymore sosteniendo mi cuerpo.
La veo otra vez. Está junto a mí, tendiéndome su mano, que se funde con la mía, al tiempo que toda ella pasa a través de mí como un huracán, dejando tras de sí la furia de todos mis ancestros.
Gracias, señora mía.
El repiqueteo de mallas y chapas se detiene a mi alrededor, y alcanzo a contemplar las figuras esculturales de cuatro guerreros. En sus ojos crepita el fuego de quien conoce su destino y está dispuesto a cambiarlo.
La neblina de nubes ha dado paso a una neblina de cascos y escudos, y los cuernos de guerra intentan
alzar sus voces por encima de la ventisca.
En el interior del círculo de escudos, cinco ruidos sordos, cinco espadas hincadas en la tierra húmeda. Cinco sonrisas.
Oh, vientos, llevad esta historia hasta los míos; cinco gritos como cinco huracanes, llevados hasta las últimas las por el viento arreciante, cinco hombres ungidos con la fuerza de los Dioses.
Hasta siempre, hermanos míos.