miércoles, 26 de diciembre de 2012

Vientos del Norte

Soplarán de nuevo los Vientos del Norte.


Con ellos vendrá el frío, la lluvia, las interminables noches en vela en el campamento.

De nuevo bajo estas telas; el Viento me trae aromas largo tiempo ha olvidados. Viejas preguntas vuelven a mi mente en esta noche oscura. ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué es todo esto?

Las estrellas parece que se olvidaran de decirme algo.

Entro en la tienda, el frío de la noche de este lugar pegado a mis huesos bajo las pieles. A mi lado, cuatro compañeros padecen la misma suerte: sumergidos en los profundos abismos de sus mentes, sin nadie a quien con arle un secreto salvo a su propia espada. Las miradas perdidas, mirando a todas partes y a la vez a ninguna, escudriñando no más horizonte que donde alcanza la tienda.

Busco con la mirada a mis compañeros, pero al verlos comprendo que no están aquí. Ninguno está aquí. Somos muchos, pero estamos solos.

Salgo de la tienda. Ante mí, praderas que antaño fueron verdes y cuyo color no alcanzo a definir me muestran su inmensidad ante la impotente pequeñez de quien las observa.

Nos enviaron aquí a detener a un ejército, pero no hay nada que detener. Llevamos cuatro días en este lugar, en lo alto de la mayor colina en muchos kilómetros, intentando distinguir la furiosa amenaza que se cierne sobre nosotros.

Imágenes sombrías cruzan mi mente. He combatido durante años. He visto caer a hombres desmembrados en la puerta de sus casas, y volver a levantarse, con los ojos brillantes y la furia de cien huracanes. He visto a niños de pecho caer de los brazos inertes de sus madres empaladas por una espada. He visto a jóvenes que apenas sabían sujetar una azada contemplar cómo sus vidas se apagaban ocultas tras una pesada armadura. He visto a ancianos recorrer los campos de batalla con la mirada perdida, a muchachas hurgando entre los yelmos en busca de un hálito de vida que les devolviera a esa persona, y les he oído proferir gritos que no alcanzaba a imaginar en mis más lúgubres pesadillas.

Sin embargo, esta soledad aplasta las peores expectativas. El frío extenúa los músculos y la niebla agota y consume la trémula luz que desprenden las hogueras. Parece como si toda ella fuese un solo ser, una presencia terrible y vagabunda sin más objetivo que sofocar todo el calor de la Tierra.

De nuevo sopla el viento, la niebla se disipa de forma apenas perceptible, mientras allá a lo lejos distingo entornando los ojos a una silueta. No es uno de mis compañeros, demasiado esbelta.

Parece... una mujer. Está sola, en medio de la niebla.

No es bella. No puede serlo, porque no tiene cara, pero siento cómo sus ojos me escudriñan. ¿Ojos? No puede ser una mujer: yace suspendida en el aire, apenas una forma que se vislumbra entre la ahora más tenue niebla.

De pronto la pierdo de vista; su gura se vuelve uno con la bruma, dejando tras de sí el sonido más dulce que jamás pudiera haber escuchado.

Echo a correr en dirección hacia la sombra, buscando el origen de aquel sonido, que no parece nacer de ningún sitio pero a la vez me invade desde todos los ángulos. Repentinamente comienzo a notar el calor de mil hogueras crepitar dentro de mi pecho; hace frío, pero aun así el cuerpo me arde.

En el lugar donde ella se alzaba majestuosa ya no queda nada, tan solo... el viento. El viento trae consigo el aroma del acero. Hinco una rodilla en el suelo, mi dulce Claymore sosteniendo mi cuerpo.

La veo otra vez. Está junto a mí, tendiéndome su mano, que se funde con la mía, al tiempo que toda ella pasa a través de mí como un huracán, dejando tras de sí la furia de todos mis ancestros.

Gracias, señora mía.

El repiqueteo de mallas y chapas se detiene a mi alrededor, y alcanzo a contemplar las figuras esculturales de cuatro guerreros. En sus ojos crepita el fuego de quien conoce su destino y está dispuesto a cambiarlo.

La neblina de nubes ha dado paso a una neblina de cascos y escudos, y los cuernos de guerra intentan
alzar sus voces por encima de la ventisca.

En el interior del círculo de escudos, cinco ruidos sordos, cinco espadas hincadas en la tierra húmeda. Cinco sonrisas.

Oh, vientos, llevad esta historia hasta los míos; cinco gritos como cinco huracanes, llevados hasta las últimas las por el viento arreciante, cinco hombres ungidos con la fuerza de los Dioses.

Hasta siempre, hermanos míos.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Viento

Nuestra historia comienza con un muchachito que corría por los prados del norte.

Volaba por las suaves colinas, sus pies apenas rozando las redondeabas piedras que las surcaban. Corrió y corrió, y llegó hasta la linde del bosque; recordaba que su madre lo había advertido de mantenerse lejos del bosque, pero sentía que lo llamaba.

- Ven, ven... -, Ven, que así era su nombre, no se lo pensó dos veces, se despojó de su camiseta y se adentró entre los árboles. Quería sentir el contacto de las presencias que lo habitaban.  Un fulgor de plata atravesó su campo visual; tan maravillado estaba que echó a correr detrás de ella. Volaba con el viento, era tan hermosa...

... corrió tras ella todo lo que pudo, parecía una ráfaga de viento; cuando más cerca estaba de alcanzarla, tropezó con una raíz y cayó al suelo cuan largo era.

Pero ella seguía llamándole.

Cuando se puso en pie, dos pequeñas luces se habían hecho fuerte en su espalda, formando una silueta que recordaba a un compás. Dolorido pero maravillado se puso en pie, y la decepción lo invadió: la luz plateada había desaparecido. Emprendió el camino de regreso a casa, sorprendiéndose a sí mismo al saber por dónde había tenido lugar aquel frenesí de pasos y saltos.

Encontró su camisa, se la puso y llegó con pasos ágiles hasta la modesta cabaña en que su familia moraba.

- ¿Dónde has estado? Hijo, me tenías tan preocupada...- Eran ya frases habituales para él, pero cuando el brillo de su espalda se hizo patente sobre la camisa, la expresión de su madre mudó por completo.

- Has estado en el bosque. Mi hijo... ha estado en el bosque...

La vio caminar hacia atrás, sus pasos aterrados, su mano trémula buscando la puerta.

Él la miró, con los ojos totalmente abiertos, ajeno a lo que acontecía a su espalda el cuenco se cayó de su mano; su madre recuperó la expresión habitual y lo reprendió entre risas por su torpeza.

Al día siguiente, el muchacho volvió al bosque. Quería encontrar a la sílfi de plateada.

Vagó entre los árboles, con la mirada puesta en sus hojas. Todo tenía una belleza cautivadora; cada detalle de cada rama emanaba una sutil belleza de inconfesable magnitud, cada hoja rezumaba las maravillas de estar vivo.

Y de repente... el suelo.

Se maldijo entre risas por el tropiezo y se encaramó a un árbol, desde allí vería mejor.

Pero no estaba. Recorrió ansioso el bosque en busca de su luz; corriendo como nunca lo había hecho antes, se apoyaba en pies y manos, cruzando ramas, árboles y arbustos, sin más pensamiento en su mente que...

... eso es. Era una ilusión. ¿Cómo había podido picar en algo tan viejo? Súbitamente decepcionado consigo mismo, oteó por el horizonte, pero sólo encontró la bella y antiquísima monotonía de ramas y hojas.

- Tengo que volver a casa.

Torció la vista y camino unos pasos con la cabeza gacha, cuando una estela apareció delante de sus ojos, sonriendo con gracia y saludándole con pasos danzarines. Era... una musa de plata. Le invitó a sentarse, y él aceptó consternado. Cabía en la palma de su mano, pero su belleza y gracia eran tales que el resto del bosque se le antojó frío y desprovisto de encanto; le devolvió el saludo y habló con voz trémula.

- Qu... ¿quién eres? - le preguntó. La sílfide negó con la cabeza.

- ¿No es esa la pregunta? Está bien - Quedóse de pronto serio, cuando advirtió que la única luz que lo alumbraba procedía de ella. - ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

Alzó tres dedos al frente con una risita.

- ¿Tres días? - Negó con la cabeza.

- ¿Semanas? - Sonrió ampliamente y negó

- ¿Tres... qué? ¿Qué tres llevo aquí?

Ella empezó a revolotear dibujando palabras con su estela - a ñ...

- No, no puede ser. Si fue ayer cuando...

Se miró las manos; estaban llenas de heridas, pero ya no eran las de un niño. Se tocó la cara, aterrado al encontrar una frondosa perilla alrededor de su boca. ¿Perilla? ¿No le debería haber crecido toda?

Se detuvo a contemplarse. Su cuerpo se había vuelto esbelto y fibroso, ya ni rastro quedaba del niño tembloroso que se había adentrado en el bosque por saber qué encontraría.

- Eres el Viento - dijo tan solo, con su dulce voz, antes de soltar una risa cantarina y salir volando entre los árboles.

- El Viento -, pensó. Pero no era posible, él no podía soplar, ni daba fresco en los días de verano. 

-Tengo que volver a casa-; se levantó y echó a correr.

Consiguió salir del bosque, y corrió tan rápido como pudo, sólo que esta vez no corría: sus pies se deslizaban a pocos milímetros del suelo, impulsados por la fuerza de dos alas hechas con jirones de viento que salían de su espalda.

Pero allí no estaba su casa.

Una gigantesca mole de acero y cristal se alzaba donde algún tiempo ha el joven viviera con su madre.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó a una anciana que paseaba por la calle.

- Los hombres de traje, se lo llevaron todo y pusieron... esto - Miró con desprecio al edificio y alzó la vista hacia una hilera de edificios iguales.

- Tengo que encontrar mi casa.

Se despidió de la anciana y corrió, no sabía hacia dónde, tan sólo quería correr y olvidar aquella atrocidad.

- ¿Y por qué estás hoy aquí? - le pregunté, bajo la luz de la hoguera con que nos calentábamos. Él mantuvo silencio unos segundos, al cabo de los cuales separó los labios. - Allá donde voy, los hombres o me reverencian o me calumnian, y en ambos casos me temen -, dijo él con tono sosegado, apurando el cuenco de caldo que todos bebíamos - La última vez que estuve aquí, un niño me invitó a jugar a la pelota con él. Era... la primera persona que se había acercado a mí sin maldad en muchos años.

- Pensé en volver cuando ya fuera un hombre - comenzó de nuevo - y por lo que veo, lo ha conseguido - El joven se levantó, extendió sus alas de aire y alzó sus brazos hacia nosotros.
  - Sois la Tierra y el Fuego, después de tantos años. Una antigua leyenda decía que un día se reunirían los Cuatro Elementos en un lugar remoto - comentó - Nos falta alguien, ¿verdad?

En aquel momento apareció la hermana de quien antes que Tierra era mi mejor amigo asomando por la entrada de la cabaña: - He pasado tanto tiempo esperando este momento.

- Agua - La miró, y en su mirada latía un cariño ancestral e intemporal - Nunca pensé que volvería a verte.

Ella le devolvió aquella sonrisa inexpugnable y cantarina - Cuando salí del río tu casa ya no estaba - Él se entristeció de repente, su mirada pasando a re flejar la más insondable oscuridad - Cuando te vi hundirte en el río... mi mundo se vino abajo. Sólo tenía... ocho años, pero... realmente me alegro de verte de nuevo.

Le tendió la mano, y ella caminó hacia él como queriendo tomarla. - Entonces hoy es el día - dijo.

Todos asentimos.

- Es hora de hacer grandes cosas -, proclamó Tierra, dando un paso hacia la hoguera.

- Volveremos a ser uno, nalmente - dijo Agua, mientras se acercaba a abrazar a su hermano.

El joven Viento avanzó hacia ellos y nos envolvió en sus alas; Tierra hizo un gólem de sí mismo, yo mandé crecer la más alta hoguera que jamás quemase un bosque y Agua se deshizo en lágrimas que transcurrieron colina abajo formando un inmenso lago.

Desperté jadeando, tumbado en un claro del bosque, a la orilla del lago Lacrim. A mi lado, mis tres mejores amigos seguían aún dormidos alrededor de los últimos rescoldos de la hoguera que nos dio cobijo esa noche. Un ángel de viento corrió entre nosotros.

- Te pasas la vida soñando, pequeño Vin - Far, mi mejor amigo, se había despertado también, y ya estaba preparando las echas para ir a buscar el desayuno.

- ¿Qué pasa, polluelo? - Mizu se despertó mirándome fijamente; me encantaba aquella mirada, y creo que lo sabía. Se incorporó y me revolvió el pelo, cogiendome de la mano y tirando de mí - ¡Vamos a jugar! Pietro ya despertará.

- Cabrones, ¡esperadme!

The magic of prime numbers

I am not very good at turning a prime number of years, but slowly getting better. I started my nineteen in complete silence. I had class in ...