- Oye, Dios, eres un pésimo jugador.
- Reconoce que tampoco me lo has puesto fácil, joven.
Me tiré del pelo mientras me pasaba las manos por la cara, aún dolido por aquello, pero para mi sorpresa mi voz sonó más tersa y calmada que de costumbre.
- No, ahora en serio... ¿Por qué hoy? ¿Qué te costaba esperar dos míseros días? ¿Por...
...había un detalle en mi voz que me hizo callar de repente; no era mi voz. El anciano rió en voz baja e improvisó un megáfono con las manos.
- ¡Pedro, apaga el hilo musical!
El lugar quedó sumido en un silencio que taladraba los oídos.
- Te ruego que me disculpes, hice instalarlo hace muchos años para que las almas que iban llegando no se perdieran de camino a su lugar de descanso - su voz se convirtió en un travieso susurro en mi oído - y sorprendentemente funciona.
Eso sí, nuestra conversación ha de ser breve, dejarlo apagado es un peligro, las almas no se orientan como en mis tiempos.
Le miré de reojo con interés.
- ¿El hilo musical distorsiona las voces?
- Como ya te habrás dado cuenta, sólo la mía - rió en voz alta; llevaba toda la conversación hablando con mi voz y no me había dado cuenta. - ¿Por dónde íbamos?
- Creo que nos habíamos quedado en la parte en que me mataste nada más bajarme del tren y me trajiste... aquí.
- ¿No te gusta el sitio? - el viejo se encogió de hombros - No me sorprende, a mí tampoco. No llevo ni ciento cincuenta años muerto y ya me cansa, no puedo creer que en mis tiempos fuera tan mal diseñador.
- ¿Sólo ciento cincuenta años?
- No sé si llega. Y por lo que parece, diría que el hombre que me mató tampoco lo lleva demasiado bien.
Señaló hacia el horizonte; en lo alto de un pequeño repecho, un hombre con barba se balanceaba en un columpio con la mirada perdida.
- Sigo sin entender por qué lo traje.
- ¿Qué piensas de él?
- ¿De que me matara? Merecidísimo; la codicia de los hombres me había consumido hasta tal punto que casi considero mi muerte como un acto de piedad.
- Me hago una idea.
- No, joven, por suerte para ti no alcanzas a hacértela. Los pastores de la iglesia sólo escuchan lo que quieren y se han olvidado por completo de las lecciones que les transmití, pero las barbaridades cometidas en el pasado no tienen rival hoy día. Y pensar que pude haber evitado todo aquello...
El viejo estaba realmente senil, madre mía.
- ¿Pudiste detenerlos y no lo hiciste?
- El primer creyente corrupto tenía que morir en el plazo de un mes desde el momento en que la Biblia llegó a su mano, pero... fui egoísta - exhaló un largo suspiro -; le dejé ir para que propagase mis enseñanzas por Roma. El resto es historia, y de hecho de la Biblia original queda... el protagonista.
- Puedes volver a escribirla.
- Podría, pero no serviría de nada.
- ¿Por qué?
- Ya no soy el de antes; ahora el único poder que ostento es asegurarme de que ningún hombre vive más allá de lo que le corresponde.
- ¿Y de verdad crees que mi momento era exactamente hoy a esta hora?
-No.
Su respuesta me dejó clavado al suelo.
- No te quedes quieto, te enseñaré cómo funciona.
El viejo echó a andar y yo intenté seguirle; conforme traté de despegar los pies del suelo, me precipité hacia adelante estampándome de bruces contra el suelo; maldiciendo en todos los idiomas que conocía, me giré hacia mis pies y admiré con detenimiento la isla de cemento que tenía pegada a las zapatillas.
- Genial; hoy sólo falta que me atropelle un tren.
Me di la vuelta sobre mí mismo, agradeciendo la forma del bloque que coronaba mis zapatillas, y agradecí no haberme tomado el comentario muy en serio, porque tenía la rueda de un tren a escasos centímetros de mi cara.
- Deja de mirar la rueda y sube.
- Voy. - Me encogí sobre mí mismo en un intento de desatarme los cordones, cuando una mano me cogió de la solapa y me subió al tren, que ya partía.
- Te había dicho que subieras, no que te entretuvieras quitándote nada.
- Algo me dice que el señor cemento no estaba muy dispuesto.
De alguna manera en trozo de cemento bajo mis pies se mantenía en perfecto equilibrio bajo mis pies, así que me desaté los cordones y salté fuera de las zapatillas a él adheridas.
La dureza y frialdad del techo impactando en mi cabeza me devolvieron a la realidad del tren. El dueño de la voz y el brazo rió en voz alta con su voz ronca.
- Anda, quédate ahí y no rompas nada.
Señaló con la punta de su bastón nudoso a una abolladura en el techo con la forma exacta de mi cabeza.
- Los recuerdos son poderosos, zagal.
No sé si me sorprendió más una frase de ese tipo o que debajo de la boina gastada carecía de rostro.
- Esto... ¿Disculpe?
- Esperaba que lo pillaras a la primera - soltó una carcajada con su voz recién salida de un restaurante de chinchetas - una moza os guiña el ojo y os quedáis tontos, lo que hay que ver - se ajustó la boina y comenzó a pasear por el interior del tren.
Me disponía a hacer lo propio, admirando con perplejidad cada detalle del tren... que se parecía enormemente al último tren que había tomado en vida.
Dos golpes de bastón en el suelo y una voz ronca me devolvieron a la cruda y concreta realidad.
- Parece que aún no has comprendido dónde estás.
- ¿Este tren es un recuerdo? - tenerlo tan cerca de la cabeza me había hecho reflexionar al respecto.
- Sólo el tren.
- ¿Sólo el tren? - Sus facciones comenzaron a dibujarse hasta que pude reconocerlo -Usted... usted estaba en el tren, ¿qué hace aquí? ¿Por qué está metido en mi recuerdo del tren?
El anciano asintió.
- Porque estoy tan muerto como tú, jovencito.
- Eeeh... - sacudí la cabeza, incrédulo - ... ¿cómo puede ser que usted esté muerto?
Rió en voz alta y se desprendió de su boina.
- De las de los dos, la muerte que se podía haber evitado era la tuya, pero no me di cuenta a tiempo.
El tren dio una sacudida y me tiró al suelo de bruces.
- Bueno, al menos no tendré que contar que me caí al suelo de la impresión.
- Levántate, hay algo que quiero que veas.
El anciano lanzó la boina como un frisbee contra un asiento y partió el bastón con la rodilla.
- A la mierda, es mi otra vida y la vivo como quiero - arremetió con el pie contra la ventanilla del tren, haciéndola pedazos, y se descolgó por donde antes hubiera un cristal. Salí corriendo hacia la ventana, a tiempo de verlo caer sobre una colchoneta enorme de un color extraño. Cogí carrerilla y me lancé en plancha por el agujero que quedaba en la ventana.
Rodé sobre mi hombro al llegar al suelo y pude ver cómo ante mí se formaban unas escaleras y un anciano vestido de blanco subía por ellas con toda tranquilidad. Al llegar junto a mí, se detuvo en seco.
- Qué rápido has llegado.
- He venido en tren.
- Curioso. - comentó. Al instante, se oyó una explosión que hizo temblar el suelo bajo nuestros pies y una considerable porción de montaña se desplomó, bloqueando lo que parecía la entrada a una caverna. El viejo arrugó el ceño.
- Vaya, pues... parece que habrá que dar la vuelta.
La perspectiva de atravesar una montaña de roca maciza no me agradaba en exceso, pero aquella tenía pinta de ser la única oportunidad que tendría en toda la eternidad de hacer algo diferente.
- Guíame.
Me devolvió un silbido que me abrasó los oídos, y lo vi subirse a lo alto de la vía del tren y sacar un artefacto que parecía un pájaro de madera, tras lo cual se lanzó en dirección hacia mí y comenzó a describir círculos a mi alrededor.
- Vale, dime que no vas a utilizarme como hoguera portátil para ascender con tu máquina.
- ¡No sólo él!
En seguida vi a un hombre envuelto en un traje de membranas pasar volando junto a mí; al entrar en contacto con el humo que desprendían mis orejas, cogió muchísima altura.
- Y encima descalzo. Estar muerto es un lujo, digan lo que digan.
- ¡Menos quejarse y más brío a esas orejas!
- Menos mal que ya estamos todos muertos.
- No rumies, joven, o te apagarás y nos harás caer.
- Acabo de ver a un tren saltar hacia una montaña, ¿queréis que me siga creyendo que las leyes de la física valen algo?
Aquello debió de funcionar, porque el hombre del traje de membranas hizo un looping y aterrizó de pie suavemente a mi lado.
- Alguna ventaja tenía que tener estar muerto; el viejo se lo montó tan bien que puedes manipularlas en un entorno de ti mismo. Aunque no parece que los años lo hayan tratado demasiado bien.
El pájaro alado entró en rotación y se estrelló contra el suelo con un sonoro estrépito. De él salió el anciano, con el pelo y la barba algo chamuscados, respirando trabajosamente y murmurando entre dientes.
- Sigo sin entender por qué me pareció gracioso que al chocar con suelo blando sonara ese ruido. Bien - se sacudió las virutas de la túnica e hizo un gesto con la mano - sigamos, creo que todos tenemos historias que contarnos, ¿no es cierto?
El hombre que se estaba quitando el traje de membranas asintió, en el momento de lo cual se enganchó el pie y se fue al suelo elegantemente, se desembarazó por completo del traje y nos siguió a pasos decididos.
- Andemos, pues.
Anduvimos unos minutos hasta estar cerca del agujero que había dejado el tren en la montaña... tren que ya no estaba ahí, pues había creado un túnel de ladera a ladera.
- Ya no hacen trenes como los de antes, ¿eh, viejo?
- Y que lo digas. Oye, qué bien te conservas, ¿no?
- Uno sólo es tan viejo como se siente, amigo mío.
¡Era el abuelo del tren! Costaba reconocerlo, con unos veinticinco años y la perilla peinada con trenzas.
Apenas alcanzaba a darme cuenta de ello cuando un fogonazo cruzó mis ojos, me fallaron las rodillas y todo se volvió negro.
Espero que no fuera una cámara de fotos antigua, porque no las soporto. Ey, eres tú. ¿Por qué lloras? Tus lágrimas... saben saladas. ¿Por qué esta todo borroso? No, por favor. No mereces que te hagan llorar. Quiero decirte tantas cosas... Eh, ¿quién eres tú? ¿A dónde te la llevas? El suelo está frío. ¿Por qué no puedo moverme? Ah, ahora entiendo... mierda.
El suelo comenzó a traquetear debajo de mí. Pasé por alto al emperador de los dolores de cabeza e intenté echar un vistazo a mi alrededor; un chico joven y barbudo sujetaba un colchón de espuma contra una de las barras del vagón y el antaño abuelo del tren se limaba las uñas con gesto despreocupado.
- Te has perdido una maravillosa puesta de Sol.
- Mierda.
Mi cuerpo se puso lentamente en pie, descargó un grito y dejó caer un golpe que atravesó el colchón de lado a lado y dejó una característica forma en la barra que lo sujetaba; el barbudo me miró con una sonrisa.
- Gracias, Jesús - murmuré, sarcástico y quemado.
- De nada, hermano.
¡Ostras! Mi cuerpo dio un salto hacia atrás y el colchón se le enganchó en la mano y le cayó encima.
- En serio, ¿qué diablos pinta un colchón de espuma en un tren? Joder, cómo mola estar muerto.
Me destrabé el colchón de la muñeca y me desembaracé de su peso de una patada; Jesús lo esquivó grácilmente y se tumbó encima.
- Así da gusto viajar en tren. - suspiró relajado; al instante se revolvió en el colchón y me miró con gesto de reproche - ¡Aaaau! Ahora se salen los muelles. ¡Mira lo que has hecho!
- No quiero oír memeces, sólo salir de aquí.
Al unísono ambos negaron con la cabeza.
- La única forma de salir de aquí es no estar muerto. Y ahí, amigo mío, veo un problema.
- No puedo estar muerto, maldita sea, ¡la he visto! Ella estaba ahí, delante de mis ojos, tan clara como la veía cuando estaba vivo.
El joven de las trenzas en la barba esbozó una sonrisa.
- Nunca la viste estando vivo.
- Y lo sabes por...
- ... porque es mi nieta.
- Ella me dijo que no hablabais.
- Tenía otro abuelo. Lo mismo lo conocemos en el viaje, también está muerto.
- Ah, lo mismo por eso no hablaban.
- Quién sabe. En fin, agárrate que vienen curvas.
El tren describió una horquilla tan cerrada que me vi andando sin ningún problema sobre la pared del vagón. Finalmente fue una buena decisión agarrarme a la barra por la abolladura que le había hecho hace unos minutos.
No era una postura cómoda en exceso, pero tampoco se viajaba mal con los pies en la pared. Suerte que la ventana estaba cerrada, no habría tenido donde poner los pies... y hablando de apoyos, el bueno de Jesús y su colchón rodante tenían toda la pinta de venirles bien uno.
Estaba intentando alargar la mano para sacarlo de ahí cuando el tren salvó la horquilla y cayó con un ruido sordo sobre las... ¿vías? Bueno, si todos allí eran tan felices como Jesús no creo que les fuera a perturbar mucho un tren que rodaba sobre el aire.
Al fin y al cabo, un simple tren volador hubiera tenido menos gracia.
- Pues claro que tendría menos gracia, ¿qué diversión hay si la gravedad sólo actúa en superficie? - La mano que sostenía aquella voz me ayudó a destrabar el pie de la ventana semiabierta mientras su dueño me miraba divertido - gracias al mono furioso que la diseñó llegaremos a tiempo.
- ¿Llegaremos a tiempo a dónde? - No llevaba ni un día allí pero tanto secretito y tanta metáfora me estaba empezando a crispar.
La misma mano produjo un ruido envolvente al chocar contra su legítima frente y negó con la cabeza.
- ¿Pues a dónde va a ser? A ver a mi nieta. ¡Salta! - sin darme tiempo a saltar me cogió por las piernas y nos lanzó a mí y a sí mismo por la ventana.
Unas barbas asomaron entre una maraña de espuma salvaje - Al final todos se van. En fin, supongo que es como debe ser.
En algún lugar del Cielo, un tren se estrelló contra una nube y estalló en llamas.
- Mira, abuelo, una estrella fugaz.
Ocultos tras una tenue sonrisa, sus ojos color crema ocultaban lágrimas amargas.
- Te habría gustado poder verla.
Su mano se encontró con la de él, y su frialdad la hizo estremecer. Se acurrucó entre las sábanas blancas junto al anciano y lloró hasta quedarse dormida.
- ¡Me cago en Dios! ¿¡Por qué no me has dejado decirle nada!?
¿¡Y qué pensabas decirle, que no eres yo sino tú y que estás vivo y coleando!?
La realidad cayó sobre mí como una losa. Sin duda Dios ya no preparaba estas cosas como antes - miré hacia arriba y la partí en dos con el codo.
Tampoco había perdido tanta práctica; uno de los fragmentos rebotó en el suelo y se fue a clavar en mi ojo izquierdo.
- Ésa ha sido por lo de Dios, ¿me equivoco?
Una potente colleja me devolvió la visión a cambio de un amistoso abrazo al suelo.
- Yo más bien creo que el asfalto te echaba de menos.
- Al final va a ser cierto que los caminos del Señor son inescrutables.
Dejó salir una amarga carcajada - Anda, vamos - el hombre echó a andar por aquella carretera que se fundía bajo mis pies haciéndonos resbalar constantemente; estaba tan quemado que cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo cubierto de brea - casi hemos llegado.
- No sé si quiero saber a dónde - Cuando me hube enfriado un poco, me levanté sacudiéndome para desprenderme las esquirlas de alquitrán de la ropa; esquivé en el último instante una moto que venía a gran velocidad, justo a tiempo de llevarme por delante a su legítimo dueño, quien volaba a similar velocidad en una postura impropia de un hombre hecho y derecho.
- Vergonzoso, absolutamente intolerable - el hombre dio tres vueltas, se sentó sobre mi cara y se levantó indignado - Ya ni en el Cielo puede uno montar en moto - se sacudió el polvo del mono y echó a correr detrás del amasijo de hierros que antes conducía.
- Dime que no me ha visto.
- Si no ha visto que tiene el cráneo abierto... malas noticias. Por cierto, cuidado con el autobús.
- ¿Autobús?
Los 4500 kilogramos de respuesta no tardaron en hacerse sentir; apenas un segundo más tarde viajaba cómodamente incrustado en el parachoques de un vehículo cuyo conductor no parecía darle demasiada importancia. A mi lado, el humo blanquecino de un cigarro recién liado impregnaba el ambiente de una
inusual flema y el parabrisas de una neblina amarillenta que hizo que el conductor perdiera el control y el autobús comenzara a dar tumbos.
- ¡Malditos seáis tú y tus puñeteros vicios!
- Dame un respiro, tío - replicó, exhalando una gran bocanada de humo - llevaba sesenta años sin fumar, y otros tantos sin ponerme esta chupa. Además - se dio la vuelta sobre el parabrisas, mirando hacia el interior - no tenía suelto para los dos billetes, y las vistas desde aquí son fabulosas.
- ¿Vistas? - una paloma se estrelló contra el parabrisas - ¡Maldita sea, lo único que veo es que quieres matarme!
- Aaay - bostezó, echó el cigarro a la cuneta y se tumbó en el parabrisas, aparentemente ajeno a la gravedad y a la visión del conductor - No hay manera, ¿eh? Sigues sin creerte que estamos muertos - sacó unas gafas de sol y se las puso en un solo gesto.
- ¿Cómo haces para no caerte?
Se encogió de hombros - La gravedad está fatal implementada en los vehículos, ¿has visto lo mal que volaba el tío de la moto? Además - señaló hacia el suelo y la trazada que estaba haciendo el autobús - este trasto da unos tumbos falsísimos.
Tumbos... en aquel momento un rayo atravesó mi mente, estruendo atronador incluido, llevándose consigo mis tímpanos inconsistentes. El dolor era tan intenso que se me nubló la vista y una habitación blanca pasó ante mis ojos con la misma rapidez - No estoy muerto.
Una palmada golpeó mi hombro contundentemente - claro que no, campeón -, acompañada de otra que me hizo perder el equilibrio entre carcajadas inundadas de amargura y jarabe de clavos. El desequilibrio me dio la idea; clavé el pie en el suelo y me bajé del monstruo de acero - El cielo tiene que molar, para
qué negarlo - la mole derrapó alrededor de mi pie y se fue a estrellar contra un árbol.
Atravesando la luna del parabrisas asomó una mano ensangrentada envuelta en cuero.
- Este cielo no está mal implementado - razoné, mientras tiraba del brazo en busca de su dueño, que portaba orgullosamente un montón curioso de cortes y me miraba como se mira a los locos - y deja de mirarme así, es de lo más simple. No está mal implementado porque no está implementado.
El hombre sacudió la cabeza - No te sigo.
- Llevo toda mi vida queriendo esquivar una moto - me encogí de hombros - instantes después de acordarme de ello, una Harley sin gasolina se estrella a mi lado.
Mi acompañante se ajustó la chupa y me miró con desinterés - sigue sin decirme nada.
- Lo primero que pensé cuando te vi en el tren es la enorme vitalidad que debías de tener a los veinticinco años; mírate.
- Punto para ti. Continúa.
- Tercero, la máquina voladora de da Vinci que llevaba el viejo nunca llegó a construirse.
- Tonterías, da Vinci pudo chivarle el diseño una vez muerto.
- Da Vinci era homosexual, no habría podido entrar en el cielo por decreto papal.
- Pero la Iglesia nunca ha tenido ningún poder sobre eso.
- Naturalmente que no.
- ¿Entonces? - mi interlocutor me clavó una mirada de confusión desde detrás de los cristales ahumados de sus gafas de sol mientras se echaba la mano al bolsillo interior de la chupa.
- Vas a abrir el bolsillo y te lo vas a encontrar vacío.
- ¿Y eso cómo puedes saberlo?
- Porque no llevas chaqueta. Y aléjate del bus porque va a explotar.
- Estás de coña.
Di un salto hacia atrás buscando un parapeto - tú mismo - el bus estalló, rodeándonos de una coraza de virutas de acero y caucho en nuestro paseo por el aire.
- Sigues sin convencerme.
- Lo sé. Atento a la farola.
Mi consejo llegó un poco tarde y mi interlocutor terminó su vuelo contra la susodicha. Por mi parte conseguí agarrarme a la bombilla y descolgarme por el mástil a velocidad razonable.
- Jajajajajaja, al fin te has dado cuenta.
Aquélla no era ni mi voz ni la suya, pero me habría encantado no reconocerla tan a la primera, ni la intensidad con que esos dos ojos se clavaban en mi nuca.
- Me cago en mi puto subconsciente.
- Psché, qué poco hombre te me has vuelto. ¿Ya ni siquiera en tu mente te dignas darte la vuelta y mirarme a la cara?
Sin que pudiera controlarme se me escapó una amarga y sonora carcajada, que retumbó por toda la carretera.
- ¿Verte, dices? Lo único que existe aquí es tu voz. Y lárgate, no te has ganado el derecho a llevarla.
Su voz comenzó a sisear, amenazante - No sabes ni cómo es, y ya estás acojonado de tan sólo darte la vuelta. ¡Da la cara y enfréntate a ella!
Sus pasos se hicieron más profundos y sonoros, y el asfalto comenzó a agrietarse. El sonido de dos garras clavándose en la pista fue el preludio al Sol proyectando la sombra de un interminable reptil sobre mi cabeza.
Finalmente decidí darme la vuelta, y la visión de aquella figura sacada de una pesadilla me mantuvo durante un buen par de horas retorciéndome en el suelo.
- ¡AAAAAH, ¿DE QUÉ TE RÍES, MORTAL?! - a aquella especie de lagarto enorme le colgaba la lengua como un pellejo viejo, las escamas estaban apagadas y desprendidas, antaño quizá coloreadas pero ahora apagadas y en tonos marrones la mayor parte de ellas, las orejas deformadas hasta el absurdo y un ojo de cada color.
Logré ponerme en pie lentamente y con dificultad a causa del cansancio - No me puedo creer que me lo estés preguntando en serio.
- ¡¡AAAAAAAAARGH!! - la masa de escamas echó a correr hacia mí, hendiendo el asfalto y arrancando trozos a cada paso, los ojos brillantes de ira renovada.
Para entonces yo volvía a estar en el suelo, así que de lo siguiente que pasó sólo sé lo que me contaron después.
Una silueta brilló en el cielo del mediodía. Envuelta en una estela de humo blanco, una familiar barba me saludaba desde una cabina de cristal. Un golpe de gatillo y un giro y un compacto F-22 se precipitó sobre el monstruo, dejando caer una salva de centellas que hicieron que el asfalto sangrara brea y aquello que corría
resbalara en ella y cayera en una posición bastante lamentable. Me acerqué el walkie que llevaba en la mano a la boca con una sonrisa, y apreté el botón de hablar.
- Gracias, Jesús.
- De nada, hermano - El aire estalló con un estampido atronador y el caza desapareció.
- Eresss un mierda, chico.
- Hace muchos años juré - me volví a levantar del suelo, ya un poco más serio - que no le daría credibilidad ninguna a un lagarto enorme tirado en el suelo.
- Másss te valdría tomarme en ssserio. Yo guardo la llave que te podría sssacar de aquí.
Intuí que debía de ser la llave que abriera la puerta desvencijada pero cerrada que parecía estar guardando.
- Nunca la encontrarásss.
Con lo que me pareció un enorme esfuerzo, el monstruo se puso de nuevo en pie... lo cual le duró poco, pues volvió a la posición anterior con un crujido de huesos que me partió el alma.
- ¿Qu... quién eres?
La cabeza de aquel lagarto escupió una bola de sangre al suelo y clavó sus ojos en mí con un desprecio infinito.
- ¿Que quién sssoy? Yo, repugnante mortal, sssoy ella. Esssto es lo que sssientesss por ella. Sssí, amigo. Miedo. Tú me creassste. Y cuando me hubissste creado, me dissste la essspalda... porque no te atrevíasss a mirarme. ¡Y mira en lo que me hasss convertido! Todo lo que toco ssse hace pedazosss, ssse corrompe. Y tú... tú ya essstásss perdido. Hoy puede que me hayasss derrotado, pero sssiempre volveré.
Súbitamente mi sangre helada comenzó a hervir y pude moverme otra vez. - No - me acerqué con decisión hacia ella -, siempre no.
El monstruo se deshizo en un montón de llaves plateadas que saltaron por los aires alrededor de mi puño. Entre ellas había alguna dorada.
- Nunca encontrarásss la llave correcta.
- Demasiado obvio - Agarré las dos que me quedaban más cerca y dirigí mis pasos hacia la puerta.
- Éssa no esss la correcta.
- No sé cuánto tiempo llevas en mi cabeza, pero te orientas fatal - introduje las dos llaves en las dos cerraduras y empujé la puerta; un sonoro crujido me indicó que se estaba abriendo - Gracias por las llaves, vendré a visitarte algún día - Empujé la puerta...
... un grito detrás de mí me devolvió al mundo de golpe; puse un pie en el dintel y me di la vuelta a toda velocidad; en el suelo, un hombre de unos veinticinco años se debatía entre el dolor y la sorpresa cuando la farola de la que se había caído y que le estaba cayendo encima rebotó contra el pavimento y cayó al suelo
con un ruido metálico.
- Suerte brutal que el foco fuera enorme.
- Cómo engañan las perspectivas, ¿eh? - le tendí la mano para ayudarle a levantarse - hay que salir de aquí, vamos - me giré con toda la decisión... hacia una puerta que ya no estaba. A mi espalda, un siseo en segundo plano se reía de aquello.
- Te dije que no la encontraríasss.
- De día no das tanto miedo.
- Boop, boop. A salvo.
Un colmillo inyectado en sangre se hincó en el aire a una distancia creciente de mi ojo; cuando me quise dar cuenta, una mano enorme nos arrastraba por el aire a gran velocidad.
- ¡Jajajajajaja! ¿Nos echabais de menos?
La mano, que tarde unos segundos en darme cuenta de que era de puro acero, nos depositó suavemente en lo que parecía la espalda de un acorazado descomunal.
- Cada uno a una escotilla, ¡rápido! Tenéis gafas en los armarios - habría reconocido esa barba incluso de espaldas.
- Esa cosa tiene una rabia increíble.
- Y nosotros un mecha enorme, ¿quién crees que lo tiene más crudo?
- Eso ni se pregunta. Por cierto, ¿qué os parece? - la combinación de gafas, gorra y gabardina que había escogido le daba el mejor aspecto de supervillano que jamás habría podido imaginar.
- Te queda fetén, hermano.
- Gracias, Jesús. Ahora al lío; aplastemos a esa lagartija.
Las escotillas parecían pequeñas, pero sólo desde fuera. El cristal se cerró tras de mí y el acorazado estalló en mil pedazos.
- ¿¡Qué puñetas está pasando!? - las tres cabinas se quedaron un momento suspendidas en el aire; los fragmentos de acero volaron a nuestro alrededor, dando lugar a tres acorazados idénticos al anterior. A mi compañero seguía sin darle buena espina - ¿¡Qué clase de magia es ésta!?
A Jesús se le escapó una carcajada - Esto no es magia, hermano. Es topología.
- Menos topos, y más lagartos enormes.
En ese pequeño intervalo el monstruo había estirado hasta tal punto que empecé a dudar de que pudiera vernos.
- Guau - entre las escamas oxidadas de su pecho brillaba una llave antigua.
- Esa llave no va a ser - dedujo Jesús alzando las cejas - pero debe de estar protegiendo la buena. ¡Atrás!
Me agaché por puro instinto, y un tronco escamoso tan grueso que no llegaba a verlo entero pasó rozando la cubierta superior.
- A por todas.
Tres manos de puro acero se lanzaron contra el pecho de la ingente bestia; la primera le arrancó las escamas y un grito de dolor que me cegó durante un instante.
La imagen de un techo totalmente blanco llenó el hueco de mi mente, reclamándome como si perteneciera a ese lugar, cuando un ariete comenzó a embestir con furia la vaga silueta de lo que parecía una puerta.
Cuando recuperé la visión, un acorazado varias veces mi casa me golpeaba con un dedo mecánico enorme de forma insistente.
- ¿D... dónde estoy?
- Te dejo que lo adivines - el robot me posó con cierta suavidad sobre su espalda, donde un pájaro de madera cargado de paquetes reposaba casi expectante. En la dirección del pájaro, un reptil descomunal y desproporcionado profería aullidos ensordecedores; lucía una herida enorme en el pecho y daba zarpazos desesperados intentando deshacerse de un androide al que apenas veía y que trepaba por su cuerpo arrancándole las escamas a cada movimiento que hacía.
- Vale, te cuento el plan - esa voz. La mano me señaló a mí y después al pájaro -, bien sencillo. Te subes a la máquina voladora; te lanzo hacia el agujero, coges la llave y saltas.
- ¿Y cómo saldré de ahí?
El acorazado se encogió de hombros - En el peor de los casos la máquina se partirá en pedazos y te recogeremos al segundo bote - sujetándome con su mano gigantesca, el androide se agachó, y una enorme masa de acero pasó volando a nuestro lado a gran velocidad - cambio de planes; estrella la máquina voladora, el monstruo arderá y recogeremos la llave de las brasas.
La máquina de madera estaba repleta de bombas.
- ¿Y esto dices que va a funcionar?
- Si pudiera apostar dinero, diría que no, pero hay que intentarlo.
- Roger. Vamos allá - apoyé los pies en la barra de atrás bajo la cola y le di dos patadas al suelo a modo de señal. Dos brazos gigantescos agarraron las alas y tiraron hacia atrás como la goma de un tirachinas.
- OK. Al lío - me ajusté las gafas y fijé la vista en mi objetivo. Esto tenía que funcionar.
Instantes después no recordaba estar tan cerca de lo que quería; tras un quiebro brusco, una garra más grande que todo el pájaro se detuvo de golpe a centímetros de mi cara - suerte que en los sueños no pued...
Salté del pájaro y me enganché a la llave; el tendón que la sujetaba se partió, precipitándome al vacío con enorme aceleración causada por una explosión difícil de creer a escasos metros. Pero tenía la llave en la mano.
Hora de encontrar la puerta; la distancia entre el monstruo y yo se reducía por momentos, así que sólo iba a tener un intento. Me di la vuelta y clavé la llave hasta el fondo del pecho de la bestia.
- ¿¿¡¡QUÉ HACES, LOCO!!?? - oí dos voces a lo lejos.
- ¡¡VOLVERÉ A POR VOSOTROS!! - les hice un gesto con la mano y giré la llave, cerrando los ojos en el aire.