martes, 22 de noviembre de 2016

Bocanada de metro

Estoy sentado en el suelo espeluznantemente tibio del vagón más viejo de la flota del metro de Madrid. Entre la intriga y el tedio resuena en mi cabeza una impro de Nach "Primero: en menos de un segundo mi micro y yo te dejamos tercero; en mi cuarto, soy ese quinto elemento, siempre certero". Y yo... pienso.

¿Pienso en qué? ¿A quién le importa realmente? ¿Quién va a realizar el esfuerzo consciente de traspasar cuantas capas de individuo hay entre estas palabras y lo que quieren expresar y percibirlas de un modo global? No es una pregunta retórica, tiene respuestas no triviales - y conozco algunas. Incluso conozco algunas más allá de lo que me resulta cómodo admitir, pero eso no es lo que importa. 

Lo que importa es, ¿alguna solución no trivial de este intrincado sistema posee la capacidad y, más aún, la voluntad de hacer posible lo improbable y comprender cada hilo de una madeja que no está tan desordenada como parece? Pero todos sabemos que tampoco es una pregunta retórica, ¿verdad? Y la voluntad tiene la sorprendente capacidad de hacer posible lo improbable, incluso de hacer fácil lo improbable.

No me gusta la estadística, y es por cosas como esta: la voluntad del individuo rompe con todos los conceptos intuitivos, mundanos, de probabilidad. La experiencia dice que un salto te va a salir una vez de cada cien y te pones a entrenar y lo haces trescientas veces seguidas sin despeinarte. Tal vez simplemente no es la clase de campo en la que resulta útil.

Sin ir más lejos habría servido para predecir que el tren de transbordo iba a estar lleno hasta la bandera pero no que me bajaría del mismo instantes antes de que cerraran las puertas. Resulta divertido observado en su totalidad: me acabo de bajar a toda prisa de un tren que se dirige, totalmente lleno, al centro comercial más grande que he visto en mi vida... Para ir a un pueblo donde nunca he visto bajarse conmigo a más de cinco personas. 

Los minutos pasan bastante rápido en la estación; el siguiente tren ha llegado repleto de gente y el reloj diría que en menos de la mitad del tiempo establecido. Me complace. De este si que no me bajo, confiemos en que se vacíe y toda la marabunta no se dirija a mi edificio. 

A veces me pregunto hasta qué punto lo que escribo resulta absorbente, a lo mejor es una de las razones por las que llevo tanto tiempo sin escribir nada suficientemente extenso o intenso para paliar el asco que siento por la retórica cuando no va acompañada de un conocimiento profundo y un pensamiento independiente por parte del lector, ausencia que a menudo resulta en ovaciones y alabanzas hacia formas lamentables de echarse a perder emocionalmente. 

Tengo que volver.

miércoles, 27 de abril de 2016

Dos (¿tres?) chalados y muchas curvas, capítulo 1

El cuerpo pide a gritos recordar esta experiencia con otra similarmente intensa, pero a Mr. Resfriado, buen conocido en esta casa, no parece convencerle demasiado la idea, así que aquí estoy... recordándolo.

Y lo primero que pienso es ¿qué carajo se me estaba pasando por la cabeza en ese momento, de descolgar el teléfono y decir "Ey, Yul, ¿te vienes al TNZ en bici?"? Y ese "¡Sí, tío" que lo sucedió. Oh, sí, el comienzo de algo muy grande. Cuando el 33% de la expedición se nos cayó por su espalda (Dani, te queremos igual de poco) se enfriaron un poco los ánimos, pero ahí estaba el buen Lorenzo para motivarnos con fuerza. Y así partimos, alforjas traseras, saco de dormir y el absoluto convencimiento de que íbamos a necesitar bastón para jugar el torneo.

¡JÁ! Pensaba mientras comenzábamos a dejar la tranquilidad del hogar atrás. Hízose notar la inexperiencia en los primeros kilómetros, las piernas frías... dolor a corto plazo - aunque la vista de Mendavia nos quitó todos los males... bueno, salvo una pequeña pájara a la que pudimos sobrevivir y seguir pedaleando después de comer.

Sí, la calma... 25km en dos horas de buen sol y relieves suaves - la tarde prometía. Y como lo prometido es deuda, la primera cuesta pronunciada nos llevó hasta el cruce de Pradejón y de ahí a mi Villar de Arnedo. Cuando tu tío recién dado de alta por un transplante se pone en pie para recibirte... joder, sí. El culo cuadrado, las piernas ardiendo y una rueda desencajada del eje habían valido la pena.

Un banquete digno de reyes (de reyes buenos, honrados, de gente noble de corazón, se entiende), una ducha, una cama... el viaje superaba todas las expectativas - hasta la hora de partir.

No entienda el lector que una tristeza indescriptible y un pesar inabarcable invadió nuestros corazones, sólo teníamos sueño. Así que nos dirigimos hacia Arnedo para quitarnos el frío de la mañana y coger una deliciosísima cuesta abajo en el cruce de Calahorra. El bocadillo a la llegada casi se antojaba merecido, y vino acompañado de la intuición de que nos esperaba una tarde movida.

¡Nubes! De ésas feas que anuncian lluvia y que justo al pasar Azagra decidieron darnos los buenos días - de tal suerte que 200m más adelante había una gasolinera abandonada, donde nos encontramos con el personaje más pintoresco de la semana: el buen Paco Montero. Viajador, caminante y ciclista desde 20 años atrás, natural de Cádiz pero encaminado hacia Bilbao, hacedor de su propio equipaje y barbudo hasta la abundancia.

Por fortuna la lluvia nos abandonó igual de rápido que había venido, y el camino hasta Cadreita fue más bien liviano. Aprendí a odiar los falsos llanos y que con el fresco de un chaparrón se pedalea mucho mejor, y de repente caímos en la cuenta de algo importante: "Oye, Yul, ¿dónde dormimos esta noche?" - "¡OH, MIERDA!"

Estábamos en Arguedas, el Lorenzo cayendo por el horizonte y nuestros ánimos cada vez más encaminados a pagar un albergue en Tudela, supuesto que llegásemos, cuando dimos a preguntar a una pareja que resultó ser quien llevaba el albergue de transeúntes del lugar.

¡TORTELLINI EN EL HORNILLO! Si es que a este Yul hay que quererlo. Una cama, una ducha y un saloncito donde poner el hornillo y sentarnos. Una noche redonda, hermanos.

The magic of prime numbers

I am not very good at turning a prime number of years, but slowly getting better. I started my nineteen in complete silence. I had class in ...