El cuerpo pide a gritos recordar esta experiencia con otra similarmente intensa, pero a Mr. Resfriado, buen conocido en esta casa, no parece convencerle demasiado la idea, así que aquí estoy... recordándolo.
Y lo primero que pienso es ¿qué carajo se me estaba pasando por la cabeza en ese momento, de descolgar el teléfono y decir "Ey, Yul, ¿te vienes al TNZ en bici?"? Y ese "¡Sí, tío" que lo sucedió. Oh, sí, el comienzo de algo muy grande. Cuando el 33% de la expedición se nos cayó por su espalda (Dani, te queremos igual de poco) se enfriaron un poco los ánimos, pero ahí estaba el buen Lorenzo para motivarnos con fuerza. Y así partimos, alforjas traseras, saco de dormir y el absoluto convencimiento de que íbamos a necesitar bastón para jugar el torneo.
¡JÁ! Pensaba mientras comenzábamos a dejar la tranquilidad del hogar atrás. Hízose notar la inexperiencia en los primeros kilómetros, las piernas frías... dolor a corto plazo - aunque la vista de Mendavia nos quitó todos los males... bueno, salvo una pequeña pájara a la que pudimos sobrevivir y seguir pedaleando después de comer.
Sí, la calma... 25km en dos horas de buen sol y relieves suaves - la tarde prometía. Y como lo prometido es deuda, la primera cuesta pronunciada nos llevó hasta el cruce de Pradejón y de ahí a mi Villar de Arnedo. Cuando tu tío recién dado de alta por un transplante se pone en pie para recibirte... joder, sí. El culo cuadrado, las piernas ardiendo y una rueda desencajada del eje habían valido la pena.
Un banquete digno de reyes (de reyes buenos, honrados, de gente noble de corazón, se entiende), una ducha, una cama... el viaje superaba todas las expectativas - hasta la hora de partir.
No entienda el lector que una tristeza indescriptible y un pesar inabarcable invadió nuestros corazones, sólo teníamos sueño. Así que nos dirigimos hacia Arnedo para quitarnos el frío de la mañana y coger una deliciosísima cuesta abajo en el cruce de Calahorra. El bocadillo a la llegada casi se antojaba merecido, y vino acompañado de la intuición de que nos esperaba una tarde movida.
¡Nubes! De ésas feas que anuncian lluvia y que justo al pasar Azagra decidieron darnos los buenos días - de tal suerte que 200m más adelante había una gasolinera abandonada, donde nos encontramos con el personaje más pintoresco de la semana: el buen Paco Montero. Viajador, caminante y ciclista desde 20 años atrás, natural de Cádiz pero encaminado hacia Bilbao, hacedor de su propio equipaje y barbudo hasta la abundancia.
Por fortuna la lluvia nos abandonó igual de rápido que había venido, y el camino hasta Cadreita fue más bien liviano. Aprendí a odiar los falsos llanos y que con el fresco de un chaparrón se pedalea mucho mejor, y de repente caímos en la cuenta de algo importante: "Oye, Yul, ¿dónde dormimos esta noche?" - "¡OH, MIERDA!"
Estábamos en Arguedas, el Lorenzo cayendo por el horizonte y nuestros ánimos cada vez más encaminados a pagar un albergue en Tudela, supuesto que llegásemos, cuando dimos a preguntar a una pareja que resultó ser quien llevaba el albergue de transeúntes del lugar.
¡TORTELLINI EN EL HORNILLO! Si es que a este Yul hay que quererlo. Una cama, una ducha y un saloncito donde poner el hornillo y sentarnos. Una noche redonda, hermanos.
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