... son la soledad, la oscuridad, el frío y el silencio.
Paradójicamente, también son tres de las cosas que más necesito. A veces me encuentro haciéndome preguntas como "¿Por qué haces esto?" "¿Por qué estás aquí?" y "¿Qué sentido tiene todo esto?".
A lo mejor no se lo puedo encontrar, pero seguro que se lo puedo buscar minuciosamente.
La razón por la que me expongo al frío no es para buscarme a mí mismo, es para obligarme a salir ahí a buscarme a mí mismo. La sensación es abominable, pasan las horas, los músculos se enfrían, se contraen y se niegan a moverse, las pupilas se dilatan en busca de una fuente de calor que te mantenga vivo, la sangre se va de las manos y de los pies porque hay un sitio más importante en el que tiene que estar. Duele. Pica. Escuece como echarse vodka en una herida, pero no te lo puedes beber si cambias de idea. Todo esto se puede controlar a través de la respiración, pero todavía no estoy en ese punto. Todavía no sé respirar. Estoy aprendiendo a respirar, pero mientras lo hago sólo me queda una cosa por hacer: seguir remando.
El frío es inclemente y es justo. El frío no te da tranquilidad, más bien al contrario, te la arranca del pecho. Tu cuerpo se va a apagar. No es "sí" o "no", es "cuándo". Y delante de esa fuerza inexorable sólo yo. Y no puedo distraerme, porque no hay nada más que me separe de un destino terrible. Sólo. Quedo. Yo.
Dicen que el frío te conecta contigo mismo, y creo que ésta es la razón - todo lo que has montado alrededor de ti para vivir más, más a gusto, más cómodo, más feliz, más deprisa, más realizado, más (rellena aquí con tus objetivos vitales)... de repente da igual. Sólo importa llegar, y todo lo que necesites evocar, recordar, pensar o hacer para conseguirlo.
O a lo mejor llegar no importa, lo que importa es cuántas ganas tienes de llegar y eso es lo que te enseña exponerte al frío.
Hablar de hacer las cosas una vez cunde mucho: tienes muchas formas diferentes de enfocar la misma idea y eso siempre da juego - este tipo de juego mental ayuda a conocerse uno mismo. ¿Cómo le cuentas a alguien lo que pasa por tu cabeza? Esto es más o menos la idea que tenía la última vez que pensé que no llegaría a casa. Ahora sé lo que quería decir, y es esto.
En el largo plazo, la razón individual no es tan importante. Hay estudios (serios) que asocian beneficios fisiológicos bastante locos a la exposición regular al frío (DISCLAIMER: leer artículos sobre Biología y Bioquímica es DIFÍCIL en grado sumo) si queréis buscarlos, pero no lo hago por eso.
Lo hago para entrenar mi mente, para desarrollar disciplina. Entendamos la disciplina como la capacidad de hacer algo independientemente de que quieras o no hacerlo. La verdad es que no quiero salir a la calle y enfrentarme al frío todos los días. No quiero pasar 15 minutos calentando y moviendo las manos para recuperar el flujo sanguíneo ni tener que esperar para doblar del todo las piernas. No quiero correr y que me entre la mitad del aire, ni tener que soplarme las manos para poder girar la llave.
Y aun así lo hago. Todos los días.
Tener que dedicar toda tu energía a sobrevivir le quita peso de encima a la mente. Te enseña lo que es más importante. Y te enseña a sufrir.
Una parte del mal que te hace sufrir reside en que no lo ves venir, es muchísimo dolor de golpe, o ansiedad, o un vacío brutal, y la ceguera a él hace que duela el doble. Cuando eliges sufrir consistentemente, otras instancias de sufrimiento tienen una vibra familiar, resulta más cómodo gestionarlas - en una palabra, sufres menos.
En mi sufrimiento mando yo. Y por eso las mangas cortas.
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