Todos los años, el Banco de Sangre de la ciudad donde vivo celebra una carrera popular, para darse a conocer, animar a la gente a que done, pasárnoslo bien un rato también antes de que llegue el invierno... una carrera popular.
Y todos los años, al menos todos los dos años que la he hecho, ocurre algo.
El año pasado, empecé a sentir un traqueteo nada más empezar bien al fondo de la mandíbula: ¿por qué la llaman Muela del Juicio? Empezando en el kilómetro 1,5, empezó a martillearme contra la encía a cada paso, a cada movimiento, BAM, BAM, BAM. Siempre he creído que la escala del dolor del 1 al 10 era una cosa más o menos lineal, que el 10 duele diez veces más que el 1. Y siempre me he equivocado. Empecé a echar cuentas y caí en que me iba a costar más tiempo llegar a casa y sentarme a llorar que terminar la carrera, y así lo hice. Recuerdo que una señora que era médica se paró a preguntarme si estaba bien y yo levanté el pulgar desde el terraplén en el que estaba sentado intentando recomponerme.
Terminé la carrera. Entré corriendo en la línea de meta. Sólo recuerdo encontrar a mis compañeros empezando a merendar y tirarme de rodillas en el suelo.
Y hoy, cada vez que paso por la estantería y veo la medalla, siento muchas cosas: el dolor inmenso de la muela que me paralizaba medio cuerpo, el placer inmenso de comerme un plátano después de la carrera y un orgullo tremendo: tenía todas las razones del mundo para dejar la carrera, irme a casa y doblarme a calmantes. Lo habría entendido todo el mundo, incluso yo. Pero no lo hice. Es fácilmente mi mejor recuerdo de 2022.
Hagamos hincapié en esto: en 2022 hablé en tres conferencias, organicé dos y una defensa de tesis doctoral (no la mía), di seminarios, viajé más allá de Europa a conocer las artes marciales y enfilé fortísimo lo que va a ser la recta final de mi doctorado. Y mi mejor recuerdo es un 10 en la escala del dolor.
Este año llevo unas cuantas semanas con tanto estrés que el cuerpo me está pasando factura: he desarrollado un gripazo tremendo y casi no me tengo en pie, semanas sin entrenar, duermo la mitad de lo que debería y estoy hasta las cejas de energía igualmente... algo tenía que pasar.
En estas condiciones me tomé un café y dos plátanos, me vestí y me fui a la carrera. Y corrí. Corrí sin dolor, sin la muela machacándome todos los nervios del lado izquierdo del cuerpo. Y os juro que la ciudad donde me ha tocado vivir es TAN bonita que si estás leyendo esto y nos conocemos bien, me encantaría que vinieras a conocerla.
No he terminado la carrera.
He andado kilómetro y medio hasta la línea de meta con la cabeza gacha, como he pensado que me correspondía. La situación: había dejado de llegarme suficiente energía al cerebro. No es que no pudiera respirar bien (que también), es que no podía mantenerme en pie. Ha habido un momento gracioso, cuando un vecino se ha acercado a ver si estaba reventado o sólo de resaca.
Conforme caminaba por el último kilómetro, intenté ver toda esta historia desde cada ángulo que pudiera: mis compañeros dirían (y dijeron) que, enfermo y reventado, me he apuntado a una carrera, he ido y he cruzado la línea de meta. Y no sólo eso, sino que hasta que me ha explotado el cerebro he corrido bien, incluso cómodo en algunos tramos.
Pero eso no me ha reconfortado. Sienta bien, pero sólo un momento.
Seguramente mi parte favorita de correr es que te enseña cosas, quieras o no. La que me ha dado hoy es que el orgullo y la vergüenza no pueden venir de fuera, sino de dentro.
¿Y qué había dentro de mí durante esa carrera? Retrocedamos siete párrafos: no he entrenado para esta carrera, pero he intentado correr como si lo hubiera hecho.
Esto me avergüenza, pero deja lo que puedo hacer para ponerle remedio en mi propia mano: puedo entrenar, y cuando llegue la siguiente, estar listo.
Hay algo agridulce en que tus malos sentimientos y experiencias se deban a algo que está en tu mano controlar, pero me interesa lo dulce especialmente y la lección que me ha regalado esta carrera. Ahora mismo no me siento bien, mi cuerpo está al límite de sus fuerzas y he atado un nudo a la medalla para no olvidar que no terminé la carrera, pero tengo algo que hacer.
Descansar. Y después, seguir remando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario